Hubo un día en que mis sueños, solo eran eso, sueños. Aquellos que nunca quise o creí que se hicieran realidad, esos que sin quererlo eran verdades como puños y los cuales iban a dirigir lo que llamamos destino.
Sueños que hace mucho eran amargos, dolían y escocían. Saber que los tenias tan cerca y nunca se podrían hacer realidad, en definitiva pesadillas que me hacían despertar con sudor frio y con recuerdos entre la niebla del sabor de la noche. Pesadillas que creí ciertas, que vi como la realidad de los fantasmas que me acosaban en un mar de dudas y tormentos. Momentos que me hacían ir entre lagrimas de dolor, hacia ese mundo en el que no quería estar.
Pero llego ese día en el que te soñé, y en el no te vi, pero te sentí. Hablabas y reías, dabas consejos y escuchabas. Me sentía cómodo, extrañamente feliz y sonriente, donde antes solo había tristeza y soledad. Nunca me atreví a mirar quien eras, ni a romper ese momento mágico que en ese mundo onírico, mi subconsciente me estaba regalando. Solo se que en ese instante todo cambio, te desee, te busque, te recordaba sin saber quien eras, te imagine de nuevo y te volví a soñar por pura obsesión de la búsqueda de un sueño mas.
Te encontré, sin buscarlo, sin quererlo, pero eras tu quien en mis sueños me hablabas, me consolabas y me amabas. Eras tu sin yo saberlo, sin querer reconocerlo y sin pensarlo, pues tu voz siempre me resulto familiar. Pero lo supe cuando un instante me permitiste como regalo, un instante para conocerte y un instante para besarte.
Ahora se que los sueños se hacen realidad, los persigas o huyas de ellos, los luches o te dejes vencer por ellos. Y también se que muchos sueños no son sueños que simplemente es la realidad del destino que merecemos. A mi sinceramente me encanta abrir los ojos y seguir soñando, pues la vida a su lado es un sueño continuo del que jamas quiero despertar.
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