En el frió de una noche silenciosa que inunda hasta el mas intimo de los rincones, Una noche sin estrellas, sin luz, sin sueños. Una noche llena de soledad, una soledad que acompaña al vació de la ausencia de quien amo con locura. Una locura que vence a la mente, una mente que oye voces, de viejos fantasmas, en la lejanía, tras la puerta.
Golpean y arañan, empujan con fuerza intentando traspasar el umbral. Pronuncian mi nombre y mi voluntad flaquea. Bebo del néctar de mi copa empapando mis entrañas con alcohol que escuece en cada una de las heridas del alma. Calmo sus voces, se debilitan, pero hieren al corazón, se aferran a el clavando los recuerdos y atenazando con sus manos la tristeza.
Desfallezco y quiebran mi escudo. Se adentran mofándose de la triste figura que encuentran, junto a ellos una vieja amiga con su guadaña presta a sesgar la vida. Me invita a sentarme a su lado para jugar la que quizás sea la ultima partida con las cartas del destino. Las mezcla y juega con ellas, como el mismo destino lo hace con nuestros deseos. Sus artríticas manos reparten. Me observa y en su calavera se dibuja la cruel sonrisa de la muerte. Deposita sus cartas sobre la mesa, una gran jugada pienso, cruel destino. Se levanta mostrando la inmensidad del tiempo y la inmortalidad dibujada en su astuto cuerpo, por que es ella la única que se burla.
Pero se equivoca porque ahora soy yo quien sonríe, pues mis cartas superan a la suyas. Mis carcajadas la hieren y provoca que desaparezca. Y entonces una noche mas venzo al destino a la espera de que una noche mas vuelva para cobrarse su gran pieza, con una gran venganza.
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