Navego entre mares que nunca creí que
volvería a surcar. Vuelvo al mar de las tristeza como un viejo lobo
de mar tullido por los embates de la vida. Vuelvo a dejarme llevar
por esas olas que un día me arrastraron hasta una isla perdida en la
que te encontré y decidí quedarme, pese a que no fuera mas que una
ilusión que creo mi corazón herido. Una isla en la que bebí del
mismo manantial del amor. Una isla en la que todo fue un cuento que
no tuvo el final merecido.
Viajo mientras las olas golpean y
resquebrajan mi pequeña embarcación de sentimientos. A la vez que
el viento azuza las velas sin sentido alguno como los recuerdos que
vuelan a mi cabeza cada despertar. La tormenta de mi pasión destroza
mi cuerpo, a cada golpe cruje y se abren esas heridas en las que la
sal de la mar escuece profundamente. Aprieta la tormenta, cada vez
más, allí donde sabe que hace daño. Agarra y menea con su furia el
pequeño bote cuyo único tripulante, yo, intenta mantener el rumbo
aunque se que desde hace tiempo navego perdido y sin nadie, muchos
saltaron intentando evitar el ser arrastrados, otros ni si quiera
zarparon junto a mi, pues sabían que mi dolor les destrozaría y que
este viaje al que partía era un viaje sin regreso.
A si pues surco los mares que un día
crearon las lágrimas de aquellos a quienes les partieron el corazón,
me llevan ráfagas de los suspiros de las almas desconsoladas, me
golpean las olas de los recuerdos de todos aquellos que sufrieron
por amor. Cantan las sirenas, esas canciones tristes que recuerdan
los amores perdidos. Y yo navego en busca de estrellas que me
recuerden los sueños y me guíen hasta un puerto en el que descansar
de las embestidas de este mar.
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