Me confundes, creí saber
de ti y no se nada. Creí conocerte tan profundamente que llegue a
pensar que el destino se enredaba en nuestras manos. Pensé que sabia
leer en tus ojos y no veo mas que un simple desconocido que duda en
cada acción que acomete. Me confundes, creí que conocía cada gesto
de tus manos, esas que en las noches descansan sobre mi pecho. Pensé
que reconocería cada peca de tu cuerpo, esas que dibujan cobre tu
piel el mapa de mi vida.
Me confundes pues cada
acto del teatro del tiempo es una sorpresa que me hace carcajear,
sonreír, emocionarme, como en las pequeñas historias de los grandes
dramaturgos. Me confundes pues adivinar que piensas es como perderse
en los laberintos de la memoria, donde encarcelas los recuerdos en
las pequeñas celdas, para evitar que salgan y te hieran. Donde me
pierdo incontables veces intentando encontrar una conclusión para la
distancia de tus palabras, la frialdad de tus sentimientos, la
lejanía de tu cariño.
Me confundes, pues cada
vez que veo mi reflejo en el espejo no reconozco a quien miro, no veo
a la persona que hace tiempo fui. Reconozco tu cara, tus rasgos, pero
son como los de un antiguo amigo a quien hace años no veía, al que
miro expectante sin saber que decir esperando que des el primer paso
para empezar a conocernos de nuevo. Madurez, sabiduría, distancia
reflejan tu mirada y tus sonrisas, símbolo identificable en ti. Has
cambiado para mejor y eso me confunde, pues me tendré que adaptar al
nuevo yo.
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