Duele ver como se agota el tiempo, como
los últimos granos de arena del reloj se consumen en la montaña.
Como la niebla se pinta de recuerdos amargos e inunda las noches de
pesadillas feroces, inclementes, de las que se recuerdan bajo el
sudor frió que recorre la frente, bajo la angustia del ultimo
instante de ese momento roto, bajo el miedo de esperar que no haya
sido mas que un mal sueño, algo equivocado y efímero un mero juego
de una mente confusa.
Duele sentir y no ser sentido, pues el
corazón languidece sin su compañía. Muere en la distancia en la
que se pierden mis gritos pronunciando tu nombre, en el cielo, de luz
tenue en la que se reflejan las lágrimas cada vez que te marchas,
cada vez que desapareces de las cárceles de mis brazos. Duele como
tu silueta fantasmagórica cuando se diluye ante mi presencia, como
cada caricia arrepentida de no haberte recorrido, como cada beso
triste por no haberte disfrutado, como cada mirada perdida entre las
cosas banales y que muere no haberte observado una vez mas.
Duele sentir tan cerca los sueños,
tenerlos entre las sabanas acurrucados junto a ti y ver como cada
amanecer se pierden para no volver nunca más. Duele confundir la
mentira con la verdad y ahogarse entre los llantos lejanos de los
recuerdos mas cercanos. Si duele incluso cuando el corazón cura,
escuece cada uno de los puntos que tus manos tejen entre los susurros
del viento primaveral, duele el roce de tus manos sobre mis heridas
porque en ellas infliges el calor, calor que necesitaba para
adormecer su latido. Duele sentir como arrancan, tus suaves manos,
cada una de las espinas del alambre en que me enrede, como soplas en
las cicatrices buscando mi alivio y como recoges esa ultima flor para
acariciarme con ella el corazón. Duele imaginarte y no tenerte todos
los días junto a mi, duele tu silencio perpetuo entre las letras de
mis canciones. Duele el amar, porque incluso eso duele.
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