Caen las horas y el
olvido me saluda. Caen como pesos muertos al vacío del abismo oscuro
del tiempo. Caen silenciosas sobre la oscuridad de la noche, sobre la
claridad del amanecer, sobre los días que pasan lentos. Caen y ya no
volverán pues el tiempo es finito y es el único que malgastamos en
lamentaciones, recuerdos, añoranzas, en lágrimas que solo nos evoca
el pasado.
Pasado que nos forja, que
nos caracteriza, que nos construye. Yo soy mi pasado, yo soy mis
miedos y temores, yo soy mis recuerdos; ya sean duros o felices.
Pasado que en los sueños vuelven, que en los recuerdos reviven, que
se contiene en los pequeños instantes de una mente burlona. Pasado
que añoramos, presente que vivimos.
El presente que nos lleva
en su barca de sensaciones, vivimos conforme a el, el día a día;
luchando, recobrando, insistiendo en todo aquello que nos merecemos o
creemos merecer, en todo aquello por lo que merece la pena, en eso
por lo que sonreímos y somos felices, aveces aunque no sea la mejor
opción para nosotros. Un presente que nos hace soñar con un
futuro.
Futuro tejido con sueños,
esperanzas e ilusiones. Un futuro que queremos, algo irreal, algo
lejano a nuestro realismo mas amargo. Soñamos con un futuro, mejor
cargado de todo lo que en el pasado no fuimos y en el presente no
somos. Un futuro inexistente pues nunca sabes cuando llegaras a
alcanzarlo. El futuro, ese que imaginas, no es mas que el reflejos de
tus frustraciones en el espejo de unos sueños que quizás nunca se
alcancen.
Caen las horas, cae el
tiempo y la vejez te alcanza en la cama, recordando concluyes que
todo aquello por lo que sufriste o soñaste, lloraste o reíste,
entristeciste o alegraste, odiaste o amaste. Todo ello nunca tuvo
sentido si no comprendiste el tiempo.
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