En noches de oscuridad casi
eterna, en noches en las que los recuerdos corren más rápido que el mismo
sueño, en los que la cabeza piensa una y otra vez. En noches en los que la melancolía
de los vacíos se desboca y no ansia nada más que el calor de un cuerpo a su
lado. En noches como esas, pregunto al tiempo.
Pregunto, porque lo que yo creí efímero,
lo que yo pensé que era un instante de la misma eternidad que me tocaba
compartir; se esfumo, se evaporo, se perdió y entonces comprendí que la misma
belleza es un segundo de un millón. Pregunte por los recuerdos, esos que todavía
anidan, esos que todavía escuchan, que todavía viven, les quise echar y más se quisieron
quedar, los quise perder y más se hicieron de notar. Pregunte porque aún
estaban y ellos mismos me contestaron que se escaparon de su silencio.
Pregunte porque la vida insistía
en suministrarme su realidad, en avergonzar a mis ilusiones, en desmentir a mis sueños.
Pregunte por ti, por el olvido y este se olvidó de mí. Lamentablemente el
tiempo tiene cosas más importantes que hacer que el desprenderme de tanto equipaje.
Déjame decirte antes de que te abandone, antes de que
vaya en busca de mi camino. De que me pierda y me equivoque, de que piense, de
que sienta, de que te diga alguna
otra estupidez. Déjame preguntar al tiempo. Déjame preguntarle la salida del
laberinto y por fin poder comenzar.
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