Hay días en los que nadie entiende una
lágrima que emborrone las letras de tinta escritas en papel. En
papel tan frágil, que quiebra con el mero chasquido del corazón,
tan frágil como el cristal que envuelve la urna de los sentimientos.
Blanco y expectante para ser cubierto de frases que el mismo tiempo
se encargara de borrar.
Hay días en los que nadie entiende una
sonrisa triste, que en la comisura de los labios derrame todo aquello
que le hace daño. Que entre los labios aguante el peso de tantas
palabras calladas, los besos de tantos mordiscos hirientes, las
huellas de un pasado que escuece en las gritas de la piel.
Hay días en los que nadie entiende un
besos de despedida. Tu último beso, el mio. Un besos que se escapa y
acaba en la punta del destino, llevado por la marea de lo que un día
fue pasión y hoy es desilusión o compasión. Un adiós que llega
para ser eterno, para que en el camino de la vida exista tu marca.
Hay días en los que nadie comprende un
silencio, apagado y menguado. Un silencio que habla de más, que dice
mucho y contiene poco. Un silencio con el que tiemblan los labios,
con el que se apagan los ojos y se escapa la esperanza. Un silencio
que espera una palabra y pueda romperse para decir tu nombre.
Hay días en los que
nadie comprende porque amamos o queremos, esos días en los que las
lágrimas corren por la piel, en los que las sonrisas, tan efímeras
como las flores, se marchitan; en los que los besos se pierden y los
silencios se hacen eternos. Hay días en que las preguntas afloran y
es en esos días cuando tu corazón te demuestre porque la quisiste
tanto y porque te duele hoy.
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