Conozco a quien huye del amor, a
quien recorre las distancias para poner tierra de por medio, a quien juega una
y otra vez con los rizos de tu pelo por mera diversión. Veo a quien no sabe amar, a quien no quiso
querer, a quien no quiso escuchar el latir de tu corazón. Me recuerdo una vez más
en esos instantes que se dibujan en las efímeras nieblas de las madrugadas.
Me asome a la ventana, como de
costumbre, buscando en el la luna la curva de tu sonrisa, la luz de tu mirada,
el sueño de una noche que se evaporo.
Mire de nuevo a las estrellas como las miraba junto a ti. Jugué con mi
aliento a los escalofríos sobre tu piel. Pero ellos, ellos me despertaron de
mis pensamientos. Dos enamorados, en la noche fría, bajo la luz de una farola.
Dos y un corazón, latiendo unido al unísono.
Dos enamorados entregándose, enredándose,
mirándose y gravando en sus memorias cada uno de sus besos, de sus caricias,
guardando para ellos los te quiero, los te amo. Me recordé en ellos, a ti y a
mi, como la primera vez. Vi como se despedían y como se entretenían en sus
dedos, como él la abrazo y la beso y te recordé otra vez.
Ella se marchó y el espero,
porque sabía que volvería, porque tenía esa certeza, porque sabía que en ese
instante, ella ya estaría escribiendo un te echo de menos. Pasaron apenas los
segundos cuando ella llego corriendo y lo abrazo como si no hubiera otro día, como
si hubieran pasado años desde su último beso. Desde ese momento supe que a
ellos los había unido el destino.
Dos enamorados condenados a
amarse, a buscarse en el fin del mundo, a separarse y a encontrarse en los
recuerdos, para volver a estar juntos. Dos enamorados que se pierden entre sus miedos y sus pobrezas,
entre sus tristezas y motivos, para
descubrir que se necesitan. Ellos lo saben y aunque se extravíen siempre
encuentran la manera de volver corriendo para ese abrazo que haga olvidar todo.
Para ese último adiós sin fecha prevista.