Siento una extrema melancolía,
una insaciable sed y un extraño vacío, de tus beso, de la calidez de tu piel,
de la suavidad de tus labios , del placer de tus gemidos, de las noches en que
no necesitaba nada más que una simple caricia, un roce perezoso, que sostuviera
una razón.
Recorrí esa distancia,
camine ese camino para parar a ese instante en que tu destino y el mío se
detuvieron, en esa mirada, en ese gesto, en la timidez de tu sonrisa, en
nuestra primera palabra, en el primer adiós. Aquel día me contuve de besar tus
labios, de jugar en tu cuello, de perderme en ti.
Supe, aunque tú lo obviaras,
que no podrías alejarte de aquí, de mi pensamiento. Supe cuando desviaste la
mirada y te acariciaste el pelo, que te abrumaba como te miraba, pasión, amor. Que
en el rubor de tus mejillas se escondía el placer del deseo.
Caminaste, ligera, liviana,
y mi mirada se fue contigo, te marchaste, hasta el día que te vuelva a ver y me
devuelvas el beso que te llevaste. Continuamente sumergido en la melancolía de
tu sabor, de tu color, de tu cintura. Melancolía de ti, de tu nombre, de la lluvia
que te dibuja en el cristal.
Tú y solo tú y esta melancolía
de estar sin ti. La soledad a un paso, el miedo al otro y el destino a otros
tantos.
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