Lo reconozco yo he temblado,
nervioso, inquieto, exaltado o histérico esperando la hora de verte, contando
los segundos para volver a tocarte. Yo he temblado mientras buscaba la razón para
tropezarme otra vez, el motivo por el que encontrarte y siempre andaba con tu
excusa pendiente de la alegría.
He temblado mientras me has
mirado, mientras jugabas con tus ojos a desnudarme por dentro a buscar y
traspasar. He temblado mientras tus dedos
rozaban mi pecho, jugando con lo que te pertenece. Temblé en nuestro primer beso, inesperado, erótico,
pasional; lo confieso he temblado en todos y cada uno de nuestros besos, en los
que la pasión me perseguía, en los que la despedida llegaba, en los de las
mañanas, en los de las noches y en los que olvidaba que guardaba.
Yo tiemblo cuando el brillo de
las estrellas se pasea entre las líneas de tu sonrisa. Tiemblo cuando tus
piernas me abrazan en la cama, cuando tus uñas me acarician la espalda. Tiemblo
cuando mi corazón se pierde en el tuyo, cuando nuestra respiración se
acompasa, cuando me susurras un te quiero.
Tengo que ser sincero y decirte
que tiemblo de miedo, por no saber amar, por temer al sentimiento, porque me
gane de nuevo el destino o me pierda en los recuerdos. Por ser un cobarde freno
mi carrera, destruyo lo que amo, hiero lo que tengo. Por tener miedo me escondo entre
tus brazos y tiemblo por tu calor.
Debería reconocer que tiemblo
porque todo se agota o todo acaba, que todo tiene su final, que la meta para
unos llega antes que para otros y que tú, como un sueño, al despertar desaparecerás
y solo me volverán a quedar los viejos recuerdos de nuestro tiempo, hiriendo en
la piel, en el corazón y en las viejas heridas.
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